FRACTURA HIDRÁULICA (FRACKING). Crisis capitalista y neoliberalismo energético
La crisis energética hoy en curso: la escasez absoluta y relativa de las fuentes y reservas fósiles no renovables y minerales (dicho sea de paso: insumos decisivos para el modo de producción capitalista empezando por el petróleo, el carbón, las llamadas “tierras raras”, etcétera), se constituye en una de las dimensiones claves que convergen en el cuadro de complejidades que exhibe actualmente la Crisis del capitalismo de época. De hecho, la crisis energética en particular reproduce fractalmente las características esenciales y orgánicas de la Crisis en general y, en este sentido, resulta ser también una crisis de carácter estructural, global y de largo plazo tanto desde el punto de vista retrospectivo como - más grave aún - prospectivo. De allí que revelar las especificidades y el rol que implica la cuestión energética dentro de esta Crisis es un ejercicio político trascendental.
En la anterior Crisis capitalista, más conocida como La Gran Depresión, los problemas energéticos nunca llegaron a ser críticos. Tampoco fueron política, económica ni socialmente problematizados. Ciertamente, no había razones concretas ni realidades materiales para que la cuestión energética se tornara un componente que preocupara demasiado. Una cuestión muy diferente, por el contrario, se plantearía con esta Crisis la cual - no hay que olvidarlo - debuta precisamente, entre otras razones, con una “crisis (mundial) del petróleo” (1968-1973), un suceso que progresivamente se actualiza hasta nuestros días con el anuncio para el año 2006 del Pico (global) [Peak Oil][1], es decir, “el punto máximo de la oferta petrolera sin alcanzar a satisfacer la demanda que crece sin cesar”[2]. La Agencia Internacional de Energía (AIE), por ejemplo, en un informe reciente (2013) y que cubre las perspectivas en este terreno, indicaba que “la extracción de petróleo en las actuales explotaciones petroleras [caería] en más de 40 millones de barriles diarios hasta 2035.” (https://bit.ly/1wG75rv)
En este marco y más específicamente en lo relacionado con el petróleo y el gas – insistimos, “la savia que mueve al mundo contemporáneo” (Vega Cantor) - es donde surge a gran escala el (aún relativamente desconocido) método de extracción de petróleo y gas no convencional o “fractura/fraccionamiento hidráulico” (fracking)[3], el cual más allá de ser simplemente una técnica emergente de explotación de hidrocarburos aparece como un síntoma económico-político fruto de la crisis energética y que sintetiza paradigmáticamente los detalles más significativos que expresa esta Crisis del capitalismo contemporáneo.
Neoliberalismo energético, crisis e integración imperialista
Palabras más, palabras menos el fracking representa la neoliberalización energética al exacerbar las lógicas de explotación y depredación tanto de los recursos naturales como de las ecologías humanas y geografías social-populares en diferentes espacios y territorios de la economía-mundo. Los altos costos económicos y socioambientales que representa el fracking son evidentes pues, en todo caso, resulta ser más costoso - desde ambos puntos de vista - si se lo compara con las explotaciones del método tradicional. Sin embargo, el contexto mundial más reciente en el cual los precios de los commodities y especialmente del petróleo y el gas se han mantenido en niveles inusualmente altos, han incentivado a que este tipo de operaciones no convencionales todavía resulten siendo “rentables”. Ante la evolución de la crisis energética, la cuestión del fracking encuentra hoy tanto defensores como contradictores. Cada uno de ellos presentan variados argumentos que se vienen debatiendo y polemizando en distintos foros públicos y, en otros casos inclusive, han llegado a instancias de deliberación gubernamental, sobre la conveniencia o no de acoger la fractura hidráulica como una “alternativa” ya sea para afrontar la crisis de energía de países y/o regiones en particular o, dentro de la lógica global, capitalizar ganancias rápidamente bajo el oportunismo que generan estos “nuevos mercados”.
No obstante, una aproximación al tema desde un análisis económico-político despeja cualquier tipo de dudas sobre el significado de fondo en un tema que más allá de ser una cuestión de método o técnica es una cuestión política involucrada con la crisis capitalista en general y con los ruidos en la hegemonía usamericana en particular.
Por ello, uno de los impulsores más incisivos en extender e intensificar la utilización del fracking a nivel mundial son los Estados Unidos. No resulta una casualidad ni mucho menos que con la profundización de la crisis capitalista, en especial desde el año 2008, el fracking ya no sea tenido simplemente como una técnica adicional de extracción sino que sea visto como una política estatal clave y haya sido elevada incluso a un problema de seguridad nacional para la potencia norteamericana.
Al interior de los Estados Unidos la fractura hidráulica viene siendo interpretada como la oportunidad no sólo para resolver su propia crisis energética y posicionarse estratégicamente en este negocio sino, aún más allá, como la manera de solucionar esta Crisis, y con ello recomponer los inconvenientes que viene teniendo con el creciente cuestionamiento de su posición de potencia imperialista hegemónica. Empezando porque – según los discursos recurrentes de los auspiciadores de esta polémica - en términos económicos, el fracking significaría la activación y expansión de la industria (especialmente, la agroquímica) y, a su vez, la reducción del déficit comercial ya que además de disminuir las importaciones de gas y petróleo implicaría grandes oportunidades de exportación; adicionalmente, en términos geo-energéticos, la progresiva sustitución de los hidrocarburos desde fuentes no convencionales de energía, máxime provenientes – es bueno recordarlo – desde regiones como el Medio Oriente, incluso Venezuela, donde la estabilidad sociopolítica se hace cada vez más espinosa e incierta y menos manejable para los Estados Unidos, se estarían asegurando el autoabastecimiento y la soberanía e independencia energéticas. Hoy los Estados Unidos figuran como “líderes” en la industria de fracking y según el reporte World Energy Outlook (2012), los usamericanos superarían a Arabia Saudita como el primer productor de petróleo para el año 2020. De hecho, durante 2013 el fracking fue la única industria “en crecimiento” según el reporte del Departamento de Energía de ese país.
De otra parte y contrario al paraíso de mermelada que han propuesto sobre todo los discursos de los políticos más entusiastas al interior de los Estados Unidos, empezando por el presidente Obama quien planteó que EE.UU. tendría gas natural para los próximos 100 años, paralelamente se ha anticipado otro escenario el cual, según sus fuentes de análisis y respaldos científicos, resulta ser más verosímil y realista. Al mismo tiempo y por otro lado, permite también develar las verdaderas pretensiones y estrategias político-económicas que supone el fracking a nivel global desde las perspectivas usamericanas.
Distintos reportes, para el caso del gas no convencional, aseguran que las reservas anunciadas serían “inciertas” (US Energy Information Administration, EIA 2013). Incluso, anteriormente, un artículo del New York Times ya había revelado (abril 2011) un documento interno de la EIA donde los propios funcionarios de esta Oficina de Información Energética expresaban sus dudas y preocupaciones sobre “las realidades económicas en la producción de gas de esquisto” (https://nyti.ms/1rdh7NF). Gerardo Honty con base en David Hughes, un especialista en el tema, anotaba recientemente en torno a la burbuja ideológica y financiera de la mentada “revolución del shale”: “los yacimientos de shale que hoy producen el 80% del gas natural estadounidense alcanzaron su meseta de producción en 2011 y están todos en franco declive. En conjunto el gas y el petróleo no convencional requieren la perforación de 8.600 pozos cada año, a un costo de más de USD 48 mil millones, para compensar los descensos. La producción de petróleo, según Hughes alcanzará su pico en el año 2017 con 2,3 millones de barriles por día, para 2019 caerá a los niveles de 2012 y se agotará definitivamente hacia 2025” (https://bit.ly/1ASQwGi).
Las evidencias documentales y los estudios científicos que respaldan juicios como el anterior permiten afirmar entonces que el fracking no detendrá el Pico del Petróleo (es decir, no solucionaría la crisis energética; ni la usamericana ni alguna otra) y, antes que solucionar la Crisis capitalista, la profundizaría, a partir de la “fiebre” que se está generando en los mercados financieros especulativos. Ahora bien, de aquí se desprende una pregunta central: ¿por qué la insistencia de EE.UU. en consolidar, por ejemplo, proyectos como la Iniciativa Global de Gas de Esquiso (lanzada en 2010 por el Departamento de Estado) la cual tiene como objetivo “ayudar a los países interesados a identificar y desarrollar en forma segura y económica sus recursos no convencionales de gas natural”, uno de los tantos programas en el marco de la Alianza de Energía y Clima de las Américas secundados por organismos como la OEA, el BID y el Grupo del Banco Mundial? La respuesta a esta interrogante es bastante obvia: ya que EE.UU. no puede solucionar sus problemáticas por sí mismo, le es preciso “acudir” (anexar, sería más exacto) otros territorios para mantener los niveles de este tipo de producción energética que garantizarían, bajo una relación subordinada, sus objetivos estratégicos globales. Por esa razón, Obama ha sido insistente en que “este es exactamente el tipo de alianza que necesitamos [Nota: la Alianza de Energía y Clima de las Américas]: vecinos que se unen a vecinos para dar rienda suelta al progreso que ninguno de nosotros puede lograr solo”.
Argentina[4] y más recientemente Colombia – entre otros - se han incorporado, bajo la figura de las Alianzas Público-Privadas entre sus empresas cuasi-estatales de hidrocarburos y empresas privadas respaldadas por el gobierno usamericano, a esta “lógica de integración” (imperialista) la cual sólo representa una alternativa para que los EE.UU. procuren salir de su crisis.
[1] Un grupo de científicos reunidos alrededor del Berlin-based Energy Watch Group (EWG) habían sugerido el año 2006 como el año del Pico del Petróleo, y desde 2008, anticipaban el declive productivo. La “teoría de Olduvai” (Richard Duncan) ratificaba que en julio de 2008 se habría alcanzado “la máxima producción de todos los tiempos” y pronosticaba un “declive final inminente”. Cfr. Vega Cantor, Renán, “Crisis de la civilización capitalista: mucho más que una breve coyuntura económica” en Estrada Álvarez, Jairo, Crisis capitalista, economía, política y movimiento, Bogotá: Espacio Crítico, 2009, p. 74.
[2] Dierckxsens, Wim, Jarquín, Antonio y Campanario, Paulo, Siglo XXI: crisis de una civilización ¿Fin de la historia o el comienzo de una nueva historia? Quito: Editorial IAEN, 2011, p. 22.
[3] “Al igual que con el método tradicional, se comienza por excavar un pozo vertical, y a partir de allí, se extienden perforaciones horizontales, que penetran a lo largo de la roca madre, por donde se inyecta a presión una mezcla de agua, arena y químicos que fractura la roca liberando el gas y el petróleo que antes resultaba inaccesible. Los químicos ayudan a la liberación de las sustancias, mientras que la arena cumple la función de llenar las grietas y apuntalar las cavidades para que no se cierren” (https://bit.ly/1r0JA93)
[4] En 2009, APACHE (¡qué ironía!), una compañía usamericana utilizó el fracking por primera vez en América Latina en territorios mapuches de la Patagonia argentina. En 2011, un estudio ordenado por la Administración de Información Energética de los EE.UU. calificó a la Argentina como uno de los “líderes globales” en hidrocarburos no convencionales estimando un potencial de 774 trillones de pies cúbicos de gas, sólo seguido por China y los propios EE.UU. (más recientemente este club se une Rusia). Hoy, las asociaciones entre YPF y Chevrón explotan el yacimiento de Vaca Muerta (provincia de Neuquén) “fracturando” territorios indígenas ancestrales.