LA TERCERA VÍA EN COLOMBIA (ó las herejías del Neoliberalismo heterodoxo)

27.07.2014 23:43

Que la llamada “Tercera Vía”, originalmente teorizada por el académico inglés Anthony Giddens hacia finales de la década de 1990s[1], sea la continuación del neoliberalismo por otros medios resulta ser un secreto a voces y además un tema vastamente documentado y analizado[2].

 

Resulta insostenible que la Third Way sea una especie de vía conciliadora entre el llamado Socialismo real (para ese momento inexistente, salvo algunas – y afortunadas - excepciones) y el Capitalismo tardío. Para la época de su postulación, la hegemonía neoliberal reinante se autoproclamaba como el Fin de la Historia deseando concretar aquella tristemente célebre frase de Margaret Thatcher de principios de 1980s: There Is No Alternative (“TINA” por su sigla en inglés), “No Hay Alternativa”… al capitalismo neoliberal, desde luego. Ninguna opción conciliadora - sincera o posible - pudo plantearse entre (supuestas) vías cuando el horizonte (ideológico dominante, al menos) no suponía más alternativas que la del pensamiento único de la realidad neoliberal.

 

Relajando la histeria de la historia presente de ese momento, y desde otra perspectiva, lo que la fórmula vía-tercerista sí anticipó fue que el proyecto económico-político neoliberal in vivo, sobre todo gracias a las consecuencias anti-sociales y anti-populares que había generado por más de tres décadas, resultaría inviable hacia el futuro. Principalmente porque las resistencias y las contestaciones anti-neoliberales – empezando por aquellas regiones donde el neoliberalismo más ortodoxo hizo su debut, v.gr. Latinoamérica y el Caribe – se mostraban cada vez más frecuentes en demostraciones públicas e intensidades. Había conciencia que, con el paso del tiempo, esos contenciosos se tornarían globales y, además – tal y como lo ha registrado la historia política efectiva del nuevo milenio -, varios de ellos superarían las fases meramente defensivas para concretar posturas ofensivas, logrando destituir y derrotar en varias geografías el proyecto neoliberal proponiendo alternativas auténticas incluyendo las anti-capitalistas. Esas tendencias, en todo caso, permitieron anticipar varios acontecimientos y construir pronósticos sobre la necesidad de una renovación del neoliberalismo que incluiría, entre otras cuestiones, al menos dos elementos cruciales:

 

  1. Una postura “menos dogmática”, es decir, menos ortodoxa que permitiera “regenerar” estratégicamente la imagen del neoliberalismo[3]; además, porque este perfil radical resultaría agotado y, en ese sentido, ineficaz e improductivo en diferentes aspectos, más allá del meramente ideológico; y,

 

  1. Aceptar (a regañadientes) que el capitalismo en general y el neoliberalismo en particular, no podrían funcionar - de hecho, nunca lo han hecho - sin la presencia relativamente activa del Estado-nación (el cual, recordémoslo, es una producción histórica del capitalismo).

 

Sólo así se entiende que sus defensores, desde intelectuales como Giddens hasta políticos de profesión como Blair (Reino Unido), Clinton (EE.UU.) o Schröder (Alemania), pretendieran constituir un frente político y una estrategia de políticas la cual, en sus propias palabras, “combinara” el libre mercado de la Nueva Derecha con el Estado socialista de la Vieja Izquierda, por supuesto, silenciando la inminente crisis del capitalismo neoliberal. Pero si se atienden cuidadosamente los adjetivos por ellos utilizados se puede fácilmente advertir hacia dónde iría (tal y como sucedió) tal tentativa.

 

La vía-tercerista original no significó otra cosa que preparar la continuación del neoliberalismo para una nueva fase y viabilizar así su proyecto económico-político en el tiempo.

 

Las herejías del neoliberalismo

 

La presentación pública de la Tercera Vía por parte de Santos en Cartagena (El Espectador, 30 de junio 2014) al lado de “terceristas” como Clinton, Blair y compañía, mantiene una línea lógica que se sintoniza consistentemente con los cambios hegemónicos más actuales. No se trata entonces de ninguna genialidad ni novedad criollas pues este perfil ha sido aplicado desde hace tiempo aunque, ciertamente, con la administración de Santos esa tendencia neoliberal en Colombia se refuerza (El Espectador, 24 junio 2010). Más importante aún, este acontecimiento viene a actualizar localmente sucesos claves de la globalidad hegemónica reciente y puntualmente: el tránsito al interior del neoliberalismo desde una versión caracterizada como ortodoxa y desreguladora (durante las décadas de los 1980s-1990s) hacia otra versión, un neoliberalismo de nuevo cuño, heterodoxo y regulador (entiéndase bien: ni intervencionista ni planificador, estatalmente hablando) el cual resultaría más versátil y ajustado para enfrentar los desafíos que le plantean los nuevos tiempos, en particular, las diversas formas de resistencias y contestaciones sociales y populares contra el capitalismo salvaje y, aún más allá, los proyectos auténticamente alternativos que hoy recorren la región nuestramericana[4].

 

Esta nueva versión del neoliberalismo difiere en algunos aspectos no sustanciales en el terreno de las políticas públicas (económicas y, especialmente, sociales) frente al viejo neoliberalismo del pasado. Sin embargo y al mismo tiempo, también mantiene intacto su núcleo fundamental. Si bien en algunos aspectos esta renovación neoliberal resultaría – para algunos absortos - “menos” radical frente al fundamentalismo del mercado practicado en el pasado, la nueva moda es absolutamente clara respecto a que el dispositivo por excelencia en la producción y reproducción de todas las relaciones sociales sigue siendo el mercado. O lo que es lo mismo: el mercado es esencial, fundamental, más allá que el discurso neoliberal emergente considere que en las lógicas del sistema hoy vigente el Estado tenga que estar presente. Esta presencia estatal – insistimos - no debe interpretarse como una vuelta del Estado contra el mercado. Al contrario. La presencia estatal “oportunista” (por ejemplo, los discursos y las prácticas institucionales de las llamadas “alianzas público-privadas”) es requerida precisamente para asegurar que el mercado funcione para sí y, especialmente, para “corregir” sus fallas. Por tal razón, la disposición pro-estatal (por supuesto, si es asumida acríticamente) invisibiliza que el retorno del Estado se explica en exclusiva por la necesidad de profundizar el neoliberalismo.

 

Esta situación ha sido interpretada últimamente como una “crítica”, o más allá: una herejía contra el neoliberalismo. Y ciertamente lo es. Pero se trata de una herejía en la interpretación adecuada de ese término; no una blasfemia, actitud - ésta última - que dentro de un discurso auténticamente crítico y contra-neoliberal debería imperar. Al respecto, Pierre Bourdieu ha iluminado los criterios de esta controversia entre ortodoxia y heterodoxia:

 

“(…) la heterodoxia, como ruptura crítica, que está a menudo ligada a la crisis, junto con la doxa, es la que obliga a los dominantes a salir de su silencio y les impone la obligación el discurso defensivo de la ortodoxia” (Bourdieu, Campo de poder, campo intelectual. Itinerario de un concepto, 2002, p. 121).

 

La versión heterodoxa del neoliberalismo entonces no es una crítica (radical) al neoliberalismo. Ni siquiera frente a su versión “ortodoxa”. Esta “crítica” cumple la función – como dice Bourdieu – de “producir” el discurso defensivo de la ortodoxia, de protegerla, cuando (como ahora) ésta última se encuentra en crisis. La emergente heterodoxia neoliberal tampoco es un retroceso respecto del proyecto político de clase que representa el neoliberalismo. Por el contrario, resulta ser un avance estratégico, su profundización y consolidación, con las implicancias económicas, sociales, ambientales y, desde luego, políticas que ello viene significando durante – por lo menos – los últimos cuarenta años y que, no sin razón, han sido calificadas como un holocausto social.

 

El slogan santista que inaugurara su primer mandato presidencial en 2010 y síntesis fundamental de su Plan Nacional de Desarrollo: el Mercado hasta donde sea posible, el Estado hasta donde sea necesario, resulta indiscutiblemente revelador de lo que hemos planteado antes.

 

¿Tercera vía para la Paz o la “paz” para la Tercera vía neoliberal?

 

Existe otra situación inadvertida sobre el efecto de los anuncios de la Tercera Vía santista que se relaciona directamente con los acontecimientos políticos que hoy por hoy se desarrollan en el país.

 

La gramática simplista impuesta por el discurso dominante para interpretar restrictivamente el Proceso de negociaciones entre el Gobierno y las guerrillas (asumida progresiva y cándidamente por algunos sectores en la izquierda colombiana) y, especialmente La Paz como un pacto pragmático para finalizar la guerra y la confrontación armada – anhelo loable y urgente, es indiscutible – no pretendería terminar con las raíces históricas y actuales del conflicto social en el país pues como se ha subrayado desde un principio y se insiste tozudamente cada vez que existe la oportunidad mediática por parte del Gobierno: el modelo socio-económico vigente estaría fuera de discusión.

 

Los sectores hegemónicos en Colombia parecen entonces querer reeditar la misma astucia que ya utilizaron durante la última Asamblea Nacional Constituyente (ANC), recordémoslo: un supuesto nuevo contrato social para alcanzar la Paz, producto de negociaciones con algunas guerrillas (exceptuando las FARC y el ELN). Se debe hacer memoria que si bien la nueva Constitución Política de 1991 en su redacción original consignó un esquema de Estado Social de Derecho (ESD) que significó varios avances sociales (hoy venidos a menos gracias a las contrarreformas realizadas), la ANC simultáneamente fue aprovechada para constitucionalizar el Estado Neoliberal de Derecha. En esa oportunidad, se utilizó mezquinamente el componente “social-demócrata” que supuestamente llevaría la nueva Constitución Política como una distracción para introducir y blindar los núcleos neoliberales que finalmente se impusieron en la Carta Magna. A la postre, los arreglos neoliberales no sólo eclipsaron las dinámicas estructurales que suponía el ESD sino que - peor aún –impusieron las lógicas económico-políticas y (anti)sociales que han regido sobre todo desde la década de 1990s, y que hoy por hoy imperan. Prueba de ello son las revelaciones realizadas por el mismo Rudolf Hommes, ex ministro de Hacienda, uno de los arquitectos del neoliberalismo en el país, quien en uno de sus escritos recordaba – sin sonrojarse – que mientras se iba desarrollando la ANC, el gobierno de César Gaviria tramitó socarronamente desde el Ejecutivo las principales reformas legislativas para la llamada “apertura económica” (neoliberal)[5].

 

La ambigüedad en el discurso (y las prácticas) acerca de la Paz por parte de Santos y su gobierno (incluyendo a varios negociadores del oficialismo en La Habana) vendría cumpliendo la misma función distractora con el fin de asegurar la continuación y profundización del neoliberalismo. La oficialización reciente de La Tercera Vía santista pretende alcanzar tal objetivo y con ello actualizar los alcances de ese proyecto de clase. Lo más grave de este asunto es que no se toma conciencia aún que la terminación del conflicto social y de sus expresiones armadas (la guerra) en Colombia pasa necesariamente por la desinstitucionalización del régimen anocrático, histórica y actualmente existente en el país, y con ello, con la decidida destitución del complejo neoliberal-(para)militar que lo alimenta.



[1] Giddens, A., Más allá de la Izquierda y la Derecha, 1994 y La Tercera Vía: La Renovación de la Social-Democracia, 1998.

[2] Callinicos, A., Contra la Tercera Vía. Una crítica anticapitalista, 2002.

[3] Puello-Socarrás, JF, Nueva Gramática del Neoliberalismo, 2008. Schöller & Groh-Samberg (“The education of neoliberalism”, 2006, p. 177) también sugieren que en la actual etapa del neoliberalismo, éste “perdería su severidad dogmática” y estaría “menos abierto al ataque, disfrazándose de la ideología de la denominada Tercera Vía”.

[4] También hemos dibujado este tránsito al interior del neoliberalismo como uno desde el Capitalismo salvaje (neoliberalismo ortodoxo) al Capitalismo del “buen salvaje” (nuevo neoliberalismo heterodoxo). Tal denominación – advertimos – no pretende sugerir que el Capitalismo, más allá de su versión o etapa neoliberal, no contenga un núcleo contra-civilizatorio, es decir, salvaje (la actual crisis global caracterizada como una crisis civilizatoria, ilustra lo dicho anteriormente). Simplemente propone que el componente salvaje inherente al capitalismo histórico se exacerba hasta límites insondables durante la actual etapa.

[5] Hommes, R., Modelo de Desarrollo Económico. Colombia 1990-2002 citado por Fernández, Juan Pablo, “La peor corrupción es la que condena a Colombia al atraso”, 2009 [en línea].